¿Tienes una mórbida curiosidad por saber lo que se sentiría recibir un balazo en la cabeza, chocar contra un vidrio a cientos de km/h o simplemente sentir ese último aliento en toda su extensión? Puedes dejar de preguntártelo, puesto que difícilmente lo sabrás, incluso si te sucede a ti.
Por una parte esto se dificulta puesto que el cerebro tarda en procesar una experiencia. Las señales que percibimos e integramos como experiencias tardan en viajar a través del neurocórtex y en ser asimiladas. El neurocientífico David Eagleman señala que estrictamente “siempre estamos viviendo en el pasado”. Nuestro cerebro tarda entre 150 milisegundos y 300 milisegundos, según Eagleman,en ensamblar una experiencia consciente después de percibir una señal. Esto ocurre porque nuestro cerebro se toma el tiempo de sincronizar todo lo que percibimos, cuando las cosas ocurren a diferentes velocidades y a diferentes distancias (por ejemplo el sonido y la luz viajan a diferente velocidad, algo que cotidianamente podemos percibir en un rayo).
Incluso un accidente automovilístico tarda menos. A los 8.5 ms las bolsas de aire se disparan; a los 15 ms el auto empieza absorber la temperatura del impacto; a los 70 ms el pasajero ya ha rebotado dentro del auto –el punto en el que los expertos declaran el evento como completo.
El caso de un disparo de bala es aún más rápido. Aunque existen numerosos casos en los que se ha podido sobrevivir un impacto de bala, cuando éstas atraviesan partes del cerebro sin causar mucho daño debido a su tamaño. Pero aunque la persona sobreviva, la conciencia, al ser un fenómeno delicado que depende de la interacción de señales eléctricas viajando en el cerebro consistentemente, fácilmente se pierde ante el trauma de un impacto.
Así que será difícil que experimentes el veloz instante de la muerte: que sientas ese momento justo en el que mueres, pasará, según esta teoría científica, sin conciencia, un momento no tendrás idea de lo que está por sucederte, seguirás en el pasado, cuando ya habrás dejado de ser. La muerte sería justamente aquello que es inaprehensible, indescriptible, de lo cual no sólo no podemos extraer información, como un agujero negro, sino durante lo cual tampoco podemos procesar información.
Sin embargo, algunos investigadores plantean versiones alternativas. El físico Gary Hammond sugiere que ocurre “una dilación relativista del tiempo a último minuto que provee ‘una vida después de la muerte’ que en realidad ocurre microsegundos antes de la muerte y que por su enorme dilación temporal parece ocurrir después de la muerte”, dice Hammond. Aunque no escapamos de la idea de que la percepción de la muerte es una ilusión, la teoría de Hammond al menos provee de una post-experiencia de muerte.
Más radical es la teoría de Anthony Peake, quien sostiene que a través de la detonación de un neurotransmisor, debido al estrés que sobreviene al morir, no sólo experimentamos ese instante final, experimentamos todos los momentos de nuestra vida en una especie de holograma:
Sugiero que en lo que llamo Experiencias de Muerte Real, la persona que muere experimenta todas las percepciones reportadas en las clásicas experiencias cercanas a la muerte pero a grandes rasgos. Propongo que su percepción del tiempo se acelera tanto que literalmente se salen del ‘tiempo del reloj’ (el tiempo como es percibido por otros tales como un observador que presencia a un sujeto muriendo) y repentinamente se hallan en una zona atemporal forjada por la mente. Dentro de este estado atemporal entre la vida y la muerte (un estado que desde siempre ha sido reconocido por muchas religiones, llamado el “Bardo” por los budistas tibetanos y el “Limbo” por los cristianos) se experimenta la ‘revisión panorámica de la vida’, como la llaman los investigadores de las experiencias cercanas de la muerte. Sin embargo, a diferencia de los reportes de experiencias cercanas a la muerte como ‘mi vida destelló ante mis ojos’, yo sugiero que en la experiencia real de la muerte la vida se experimenta ‘en tiempo real’, literalmente revives minuto a minuto toda tu vida. El universo interno en el que esto sucede lo llamo ‘El IMAX Bohmiano’.
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