El observar un ojo, y en particular el nuestro, puede traducirse en un ejercicio terapeútico que coquetea tanto con lo místico como con lo biológico –en una dinámica que quizá alude al divino threesome alquímico. Y reflexionando brevemente sobre las bondades que resultan de este acto destilamos una serie de beneficios que van desde la metafísica y la ontología, hasta la estética y la catarsis.
Por un lado, en lo que se refiera al desarrollo auto-consciente, este ejercicio permite reafirmar nuestra existencia, como una especie de suspiro suspendido a través del cual nos confrontamos con el “yo” y por lo tanto fortalece nuestra noción de una unidad indivisible (la del individuo) y a la vez hiperconectada (la del todo).
Una vez activado ese bit de auto-afirmación nos encontramos con un diseño de desbordante pulcritud estética –el ojo del mandala, que es a la vez flor y fractal, recurso retórico esencial en la geometría sagrada. La belleza de nuestros ojos emerge como un recordatorio de la perfección con la que fuimos diseñados, y a la vez nos ayuda a identificarnos con el resto de las personas (los no “yo’s” que an algún punto somos nosotros mismos –in lak’ech) y de las cosas (el mundo exterior que es solo un espejo del interior). Y tras este loop epifánico terminamos por acceder a una catarsis bio-estética a la cual nuestros ojos, desde ambas perspectivas, representan un portal –a fin de cuentas a través de ellos, de nuestros ojos, se filtra la luz que activa un proceso foto-alquímíco del cual emerge buena parte de nuestra realidad (lux perpetua) .
Por un lado, en lo que se refiera al desarrollo auto-consciente, este ejercicio permite reafirmar nuestra existencia, como una especie de suspiro suspendido a través del cual nos confrontamos con el “yo” y por lo tanto fortalece nuestra noción de una unidad indivisible (la del individuo) y a la vez hiperconectada (la del todo).
Una vez activado ese bit de auto-afirmación nos encontramos con un diseño de desbordante pulcritud estética –el ojo del mandala, que es a la vez flor y fractal, recurso retórico esencial en la geometría sagrada. La belleza de nuestros ojos emerge como un recordatorio de la perfección con la que fuimos diseñados, y a la vez nos ayuda a identificarnos con el resto de las personas (los no “yo’s” que an algún punto somos nosotros mismos –in lak’ech) y de las cosas (el mundo exterior que es solo un espejo del interior). Y tras este loop epifánico terminamos por acceder a una catarsis bio-estética a la cual nuestros ojos, desde ambas perspectivas, representan un portal –a fin de cuentas a través de ellos, de nuestros ojos, se filtra la luz que activa un proceso foto-alquímíco del cual emerge buena parte de nuestra realidad (lux perpetua) .
Y para finalizar la poco ortodoxa pero honesta auto-terapia, una vez reafirmada nuestra existencia y luego de haber experimentado un micro-recorrido por la perfección geométrica que nos hermana con el mundo exterior, terminamos por presenciar el desfile de un eco arquetípico que en un nanosegundo funde nuestro ojo con el centro del universo, pasando por el ombligo, la base del axis, el pulso de la supernova, o el botón del pantalón que viste una chica linda junto a su sonrisa.
FUENTE:Lucio Montlune
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