martes, 3 de julio de 2012

El Poema Negro

Claudio De Alas
1886-1919
Historias de amor se conocen muchas, pero ésta sin duda es una de las más originales y macabras que nos hacen meditar sobre lo ilimitado de este sentimiento, capaz de llevarnos a realizar los más insólitos y descabellados actos en una constante lucha entre la locura y la razón.

 Cuando moría me abrazó, y con voz quebrada y lastimera, me dijo que en recuerdo de este amor me dejaba su blanca calavera, que la robara de su propia tumba y que en mis horas alegres o de duelo, su espíritu vendría desde el cielo y a través de ella me vería. Y el tiempo pasó, siento su voz reclamándome "Cumple tu promesa!"

Y al fin llegó la noche, llena de oscuridad y viento, valiéndose la lluvia y los truenos el mar rugía a lo lejos, ardiente corazón y presa del terror escalé la muralla de los muertos, sentí de inmediato su presencia en aquel viejo cementerio, nada cambiará, siempre estarás allí, mirándome, aunque tus ojos ya, no me puedan ver.

Por las calles sombrías, del desierto campo santo, llegué así a mi destino, rodeado de coronas y de santos, una ráfaga me dio el brillo, rompí su mármol con un martillo, una ráfaga pestilente un fuerte olor a muerte.

Al fondo de la caja entre vendajes y mortajas, olas hirvientes de gusanos, se la tragan lentamente, de sus brillantes ojos quedan dos grandes huecos, y esa boca que era tan apasionada, una muda y terrible carcajada!!! noooo!!!!

Este amor es mi dolor, la locura contra la razón.
De su belleza que radió cual astro, no había allí tan siquiera un rastro, era un informe y corrompido andrajo, la miré desconsolado, acongojado, mudo, medité en los festines de la muerte y me hundí en el sepulcro abierto a tajos, temblorosas tendieronse mis manos al inmenso hervidero de gusanos, busqué de la garganta la juntura, nervioso retorcí, hubo traquidos de huesos arrancados y partidos, hasta que hollando vi las sepulturas; huí miedoso entre las sombras crueles, creyendo que los muertos en tropeles, levantaban su forma descarnada corriendo a rescatar su calavera, esa yerta y silente compañera de la lóbrega noche de la nada.

Eso pasó, fue ayer, hoy en mi mesa, cual escombro final de su belleza, helada, muda, lívida e inerte sobre mis libros en montón reposa, cual una gigantesca y blanca rosa, que ostentase la risa de la muerte.

Sus grandes cuencas como dos cavernas me miran inmóviles y eternas; soñando la veo transformarse en lo que era y comienza a acercarse; me siento suyo la siento mía pero mis pupilas me despiertan, para mostrarme la imagen de la muerte que estática y sombría me contempla.

Cuando yo me muera, linda calavera, me acompañarás hasta la eternidad!.

1 comentario:

  1. ... que ostentase la risa de la muerte...
    aaaaaaaaaaaaaaa
    jijijijijiji.............

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